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Los ratillos del güende

Las Caras de Bélmez. Jose Luis Jordán Peña

Las Caras de Bélmez. Jose Luis Jordán Peña Entre los “fenómenos misteriosos” más típicamente hispanos se encuentran Las caras de Bélmez. Hecho, creo, sobradamente conocido por la mayoría de los españolitos y del que se puede encontrar fácilmente referencias por Internet.

Eso mismo, se pueden encontrar referencias pero ¿se pueden encontrar todas las que busquemos? Normalmente no, el fenómeno creó mucho revuelo en la época y fue ampliamente estudiado (no entraré a evaluar la calidad de las investigaciones), pero parece ser que hoy en día no tienen tanta repercusión algunas de las conclusiones como otras. Como suele ocurrir en el negocio de lo paranormal hay versiones “menos interesantes” para el gran público, ya que evidencian que puede haber una explicación que no implique extrañeza alguna, estas versiones pueden ser peligrosas porque pueden acabar con una fuente de ingresos considerable para el “intrépido investigador”.

Por supuesto la capacidad crítica, y el “escepticismo”, de estos investigadores aumenta a niveles insospechados al analizar este tipo de versiones y fuentes (que por otro lado es posible que no sean atinadas), de manera que el rigor de las investigaciones deja bastante que desear y por tanto los resultados caben ser puestos en duda desde el principio.

El caso de Bélmez es más curioso aún, según comenté en ¿Creer o no creer? (I) ya que, al menos yo, aún no tengo claro qué se quiere demostrar. De manera que no entiendo el juego de si tiene o no explicación el cómo aparecen las caras: si todavía no hay un mecanismo “científico” (les gusta la palabra para estos casos) que explique la aparición ¿significa algo? ¿es un misterio? ¿misterio implica paranormal o habilidad para ocultar un engaño? Todas estas cuestiones deberían tener muchos matices pero no es el objeto del presente artículo.

Lo que pretendo es hacer notar es que hay “otras versiones” de Bélmez, que se encuentran en libros que ya no se editan o en periódicos difíciles de encontrar. De esta manera un acercamiento al “misterio” no resulta completo ni riguroso. Entre las referencias a las que es difícil acceder y, por tanto, son pervertidas cuando se hace referencia a ellas desde informaciones interesadas se encuentran un par de libros: Sociología del Milagro. Las Caras de Bélmez de Manuel Martín Serrano y Casas encantadas. Poltergeist de Jose Luis Jordán Peña. Éste último dedica un apartado del libro a hablar de esta cuestión y, dada la dificultad de acceder al libro he pensado que sería buena idea ponerlo en la red y, gracias a mi hermano Jose Luis, lo he podido conseguir.

Bueno, antes de exponerlo quisiera desmentir brevemente algo que se dice sobre la investigación del caso que nos ocupa: el CSIC nunca investigó las caras de Bélmez, si acaso analizó unas muestras que alguien les hizo llegar, con lo que como mucho pudieron decir qué era lo que se les había hecho llegar (eso no es una investigación).

CASAS ENCANTADAS. POLTERGEIST.
JOSE LUIS JORDAN PEÑA.


Caras de Belmez.

Hemos de trasladarnos hasta Belmez de la Moraleda para analizar un caso de presunta paranormalidad que, por sus propias características es difícil saber si debe encuadrarse en el campo del Poltergeist o dentro de las llamadas “casas encantadas”.
Las formaciones pictóricas sobre paredes y solados que se observaron en Belmez han tenido otros precedentes no menos misteriosos en la historia de la Parapsicología. Podemos recordar a este respecto, que en el curso de la Feria de Lichtemberg (Baden) durante el año 1872 algunos vecinos pudieron comprobar cómo en las vidrieras de sus casas aparecían una extraña serie de símbolos e imágenes variadas. Espadas, cruces, ataúdes y cráneos perfectamente perfilados. Era preciso contemplar estos elementos pictóricos desde cierta perspectiva y parecían estar grabados no en la superficie sino en el seno de la masa del cristal. La noticia se extendió a varias comarcas más y varios pueblos se vieron sorprendidos al descubrir que el fenómeno también se manifestaba en sus paneles de vidrio. En Hobshem (Alto Rhin) aparecían cruces. En marzo de ese año, un maestro de escuela de Reschwoog (Alsacia) rompió una de esas lunas para sustituirla por otra, y el mismo vidriero quedó sorprendido al comprobar que volvía a reaparecer la misteriosa imagen. Varios periódicos de la época recogieron la noticia (“Postzeitung” de Augsburg y “el Indicador” periódico católico de Karlsruhe).
Los parapsicólogos llaman a este fenómeno de varias maneras; teleplastias, metagrafías, pneumopictoloplastias, pragmagrafías… Nosotros preferimos otro término: parahilogramas.
Naturalmente hemos de interrogarnos previamente, si es posible que un proceso mental inteligente pueda ejercer su acción a distancia, hasta el punto de trazar una imagen pictórica sobre la superficie de una pared, una vidriera o el tronco de un árbol, sin mediar la aplicación directa de pigmentos químicos.
Una manifestación semejante entra plenamente en el marco de Hiloclastia, y entraña ciertas condiciones físicas sin las cuales carece de sentido este proceso.
La estructura química de la sustancia sobre la cual se plasma la imagen ha de modificarse hasta el punto de que su nueva composición posea valores de absorción lumínica distintos a la precedente.
O bien, los pigmentos que perfilan ese grafismo pictórico han de ser depositados por una translación que implica un proceso previo de desintegración de la materia seguido de su integración en el punto afectado (aporte), a no ser que tal sustancia sea “creada” o “viaje” a través de otro marco tridimensional como pretendía Johan Karl Zollner al analizar las experiencias con el médium Slade.
Pero Slade fue desenmascarado como un impostor y si otros fenómenos parafísicos son cuestionados por los círculos científicos, la posibilidad de los aportes y otras manifestaciones hiloclásticas se llevan la palma en el repudio racionalista. Sin embargo, muchos parapsicólogos siguen insistiendo en que por acción de la mente (psicobulia) es posible gobernar una corriente telérgica que provoque esos efectos sobre la materia.
El museo de los espíritus en la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio de Roma, conserva curiosísimas piezas que pueden ser interpretadas como fruto de esta acción parahiloclástica. Sólo que en esos libros, manteles y camisas sobre los que resaltan lúgubres huellas de una mano, ha sido el fuego quien se arrogó esa capacidad modeladora de formas y de impresiones imágenes (Metapirogramas).
Es cierto por otra parte, que algunas irregularidades de las paredes húmedas, desconchones en el enlucido de un tabique, el relieve salvaje de una roca o las algodonosas formas de una nube, trazan a veces caprichosas figuras que recuerdan una bien perfilada imagen de rostro humano. Los psiquíatras que utilizan como psicodiagnóstico las conocidas láminas de Rorschach saben muy bien lo fácil que resulta proyectar sobre una mancha de complejos matices claroscuros los rasgos faciales de una persona, y esto es lo que ocurrió la mañana en que la señora Lowe dio un grito de admiración en la Iglesia del Tabernáculo en Nassau (Bahamas).
Ella había visto la radiante cara de Jesús, esculpida en uno de los sillares del templo. Los fieles, impresionados, volvieron los ojos hacia el punto que señalaba la vidente. Costó trabajo reconocerla. Era preciso colocarse en un punto que permitiese la perspectiva más favorable: Sí en efecto; aquel era el rostro de Jesús…
Pero el caso de Belmez no es semejante. Los rostros de Belmez no obedecían a una simple proyección ilusoria. Eran reproducciones fáciles cuya definición no podía deberse al azar.
Belmez de la Moraleda es un pueblecito acicalado de cal y olivo que trepa por las estribaciones de Sierra Mágina en la provincia de Jaén. Ochocientas casas que viven de la aceituna, el esparto y el almendro. Tierra de braceros y pastores, rostros de campesinos curtidos por el sol en cuyos ojos se refleja toda la rancia filosofía del pueblo andaluz.
No lejos de allí, un castillo que fue fortaleza mora y una larga historia que se remonta al año 1448 cuando aquélla fue reconquistada por las huestes cristianas.
La historia de las caras, que ha sido oficialmente difundida por los protagonistas del suceso, comienza el día 23 de agosto de 1971.
En la calle Rodríguez Acosta número 5, vive un modesto matrimonio. El patriarca de la familia es Juan Pereira, jubilado de 79 años que en sus años mozos fuera pastor y labrador; su esposa, recia y voluntariosa, inteligente y excelente ama de casa es María Gómez Cámara, esposada en segundas nupcias con el anterior. De él ha tenido tres hijos, el mayor, Miguel es militar y está también a punto de contraer matrimonio.
La casa construida cuarenta años atrás, es humilde como casi todas las de esta calle. Dos plantas y un área edificada de setenta metros cuadrados. De ella cuentan muchas cosas en el pueblo; que si hace doscientos años dos hombres se apuñalaron en sus aledaños, que en el edificio adyacente se escuchaban antiguamente ruidos misteriosos y hubo estremecedores apariciones, y que en aquel lugar lo ocuparon la primitiva iglesia del Viejo Belmez y su cementerio.
Un pequeño hall en la entrada sirve de acceso a las distintas piezas de la vivienda. Inmediatamente a la derecha se encuentra el saloncito-cocina que fuera el marco de las manifestaciones. Es una pequeña pieza que mide 2,20 x 2,48 metros. Al fondo, entre dos alacenas abiertas cuyos anaqueles conservan la vajilla familiar, se encuentra el lar, donde todos los días, la limpia y hacendosa María enciende el fuego para preparar sus guisos.
A la derecha, un largo sofá con descoloridos cojines, una mesa de camilla y sillas de enea completan su mobiliario. La única abertura a la calle, es un ventanuco enrejado que inunda de luz las paredes encaladas.
Aquel día de agosto, María dio un respingo. Junto al hogar, en el suelo cerámico manchado de grasa se perfilaban con gran claridad, un rostro de mirada inquietante que se parecían a la Santa Faz, esa reliquia tan querida para los jiennenses. Días después, Miguel, el mayor de los hijos, preocupado por la ansiedad que el acontecimiento había producido en la familia, la destruyo con una piqueta y restauró el área afectada, con una lechada de cemento.
Pero no habría de transcurrir demasiado tiempo, cuando una nueva imagen resurge en la rugosa superficie gris del pavimento. Son trazos pardonegruzcos que dibujan la cara venerable de un varón. Todos coinciden que es “mismamente” el rostro del señor de la Vida, el santo patrón de Belmez de la Moraleda.
Esta vez, la noticia se extiende por todo el pueblo. ¡En la casa del “obispo” –así llaman cariñosamente al patriarca “han salío caras”! Interviene el alcalde don Manuel Rodríguez Rivas que aconseja se realice una excavación en la cocina. El maestro de obras del ayuntamiento y Miguel ponen manos a la obra. Se recorta cuidadosamente la losa de 0,40 x 0,60 metros sobre la que se plasmó esta última imagen facial y proceden a extraer tierra y grava, ahondando una pequeña fosa de 1,50 metros de diámetro hasta que a 2,80 metros de profundidad, la estructura rocosa del terreno les impide continuar. Pero antes, y en medio de tensa expectación, han llegado a localizar unos restos óseos. Un instituto forense determinaría después que corresponden a un adolescente varón.
Vuelve a cubrirse el hoyo con la tierra extraída. Extienden finalmente una capa de solado a base de mortero con grava fina y finalmente enlucen el solado con lechada de cemento exenta de áridos.
El matrimonio decide abrir una hornacina en la pared frontal, a la derecha del lar, donde protegida por un panel de cristal se conservará el rostro tocado por largos bigotes e incipiente barba, ojos alargados y pobladas cejas que, reproducido en millares de fotograbados, hizo popular el caso en todas las regiones de España.
De nuevo empiezan a insinuarse los delicados trazos de una cara. Esta vez es la de un niño. La imagen más bella de cuantas se han presentado a la admiración de curiosos o investigadores. Porque ahora el dominio público del suceso ha sido inducido por la prensa. Un reportero del diario Jaén publica un reportaje local sobre el enigmático suceso y el vespertido madrileño “Pueblo” con escandalosos titulares ventea a los de España la sensacional noticia. Son los primeros días de 1972. “En este pueblo de Jaén ALGO ESTA PASANDO”. “Todo empezó en una calurosa mañana del pasado mes de septiembre, cuando un niño de once meses, de ojos avispados y muy nervioso, señalaba a su abuela, medio atemorizado, una figura que había en el suelo…” Así comienza un serial que habría de subir espectacularmente la tirada del diario.
La fascinación que ejerció la noticia sobre distintos estratos sociales del pueblo español, refleja las particulares concepciones de orden sobrenatural que sobre la Naturaleza y los misterios acerca de la vida y la muerte arraigaron en las clases populares. La revelación de que “un muerto” –los restos de osamenta- hubieran podido producir el milagro, provocaba hondas conmociones en el espíritu de esas buenas gentes.
Y miles de peregrinos curiosos procedentes de todas las capitales españolas acudieron a la hasta entonces ignorada aldea de Jaén para agolparse ante la puerta de aquella vivienda; forcejeando para que se les permitiese ver “las caras”, gritando enfurecidos cuando, como nos ocurrió a nosotros, la entrada se cancelaba por las autoridades locales para permitir con más desahogo el estudio del fenómeno.
Dejando aparte exóticos ocultitas que llegaron hasta allá para trazar sus signos cabalísticos, espiritistas que celebraron sus sesiones mediúmnicas y radiesteticas deseosos de probar sus péndulos en el marco encantado de aquel hogar, tres intentos serios de investigación exhaustiva del proceso se llevaron a cabo aquellos días.
Un reputado parapsicólogo español, don Germán de Argumosa, se apresuro a desarrollar un extenso análisis de las manifestaciones. Por otra parte, el diario “Pueblo” nombró una comisión integrada por los señores Grau, Laguna y Viñas; periodista, arqueólogo y químico respectivamente.
Por nuestra parte, un departamento del ministerio de la Gobernación solicitó al autor de esta obra que nombrase también una comisión de técnicos para elevar a las autoridades un informe confidencial sobre los sucesos de Belmez. Siguiendo otra línea distinta, un profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, don Manuel Martín Serrano, realizo un extenso y magnifico estudio sociológico del entorno humano de Belmez de la Moraleda.

Las conclusiones de las tres líneas citadas que se siguieron, con total independencia, en la investigación de los hechos, resultaron contradictorias. Con ello se introdujeron serios elementos de confusión que han persistido hasta nuestros días.
Germán de Argumosa es sin duda uno de nuestros mejores parapsicólogos. Hombre de gran formación humanística, ha seguido siempre en sus estudios las pautas de investigación marcadas en una época por los pioneros de la metapsíquica, Charles Richet, Aksakow, Albert de Rochas… Argumosa examinó aquellas imágenes de mira expresiva y las fotografío. En algunas de las pruebas obtenidas aparecieron trazos luminosos que recordaban formaciones ectoplasmáticas, ¿residuos de fluido?, ¿emanaciones telérgicas? Se dispusieron una noche en la cocina de los Pereira, equipos para el registro magnetofónico. Aparte del Señor Argumosa, estuvieron presentes el Alcalde del Pueblo, el comandante de la Guardia Civil y el conocido artista Fernando Calderón.
Se trataba de realizar una prueba psicofónica. Un silencio sólo cortado por los lejanos rumores que llegan al núcleo aldeano y la respiración casi contenida de los testigos. Los carretes de las grabadoras giran y pasan lentos los minutos. Al fin se procede al rebobinado de la banda magnética; y luego, la sorpresa. Al reproducir un largo fragmento de la cinta aparecen murmullos casi ininteligibles. Argumosa con un excelente oído educado en la captación de docenas de registros casi crípticos, interpreta los fenómenos misteriosamente grabados.
-“No… haber… mujeres… no quiero; ¡pobre Quico…! ¡borracho… aquí no acepto borrachos…!
Agudos chillidos, lloros entrecortados. “Quico… Quico…!”, nuevos lamentos; gemidos infantiles, y cientos de sonidos mas que recuerdan al marco dramático de una madre que ante el lecho de su hijo moribundo, reprocha al esposo una noche de crápula.
“Pueblo” recogía al día siguiente la sensacional noticia con un espectacular titular impreso en rojo “LAS CARAS HABLAN”. Nadie, ni el mismo Argumosa había pronunciado tan atrevida frase, pero el rumor se extendía por toda la piel ibérica y traspasaba los pirineos. ¡las caras “hablaban”! y un escalofrío recorrió la médula de millones lectores de prensa y oyentes de la Radio.
Mientras tanto, otras figuras parecían surgir ahora en el solado de la vieja cocina. El equipo de Argumosa decide realizar una prueba que certifique la génesis paranormal de las imágenes sin intervención humana. Obtiene de los propietarios de la vivienda autorización para cerrar aquella habitación durante algún tiempo. Ante notario se precinta la puerta, el ventanuco y la chimenea, únicas aberturas de la cocina. Previamente se han fotografiado las figuras plasmadas sobre el pavimento. Cuando se procede a la apertura bastante tiempo después, se descubren nuevas “teleplastias”.
Especialistas como el señor Naegali, presidente de la Sociedad Suiza de Parapsicología y el doctor Bender, famoso por precedente estudios acerca de los Poltergeist, visitan Belmez invitados por don Germán de Argumosa, conviniendo en que se encuentran ante genuinas manifestaciones paranormales. Para el profesor Argumosa, aquellas imágenes faciales no parecen ser explicables en términos “psipráxicos”; es decir, inducidos por el espíritu de los vivos, sino por entidades situadas en un plano post-mortem.
Veamos ahora la trayectoria seguida por la comisión que, bajo el amparo del diario “Pueblo”, trata de arrojar alguna luz sobre el asunto. Don Ángel Viñas, químico, recibe una llamada “confidencial” de un desconocido. Le “revela” que las famosas caras están en realidad ejecutadas mediante un preparado de sales de plata, sensibles a la radiación ultravioleta. Conocemos al autor de la broma. La misma tarde que este miembro del equipo de “Pueblo” nos llamaba para confesárnoslo. A nuestros reproches, contestó:
-“Quería sólo probar a estos señores… Verás como mañana o pasado, el periódico publica la noticia…”
Y no se equivocó: días después, con grandes titulares el diario que más hiciera por mitificar el asunto de Belmez, “aclara” a sus lectores: “SE ACABO EL MISTERIO” y sugiere, que la mezcla utilizada para ejecutar el fraude es, simplemente, una adición de Cloruro de Plata y Nitrato del mismo metal. Para “probar” su aserto, el señor Viñas prepara una maqueta de mortero fraguado de cemento, sobre el que pincela este preparado. Naturalmente esas sales viran de color en una gama de tonos pardos tras una exposición a la luz o mediante tratamiento con hidróxido sódico.
Pero lo que realmente demuestran los técnicos del diario es que “también” podría haberse realizado una imagen siguiendo esas pautas. Nuestro examen de las caras no reveló el menos rastro de haluros de plata y estamos en condiciones de negar que ese fuera el procedimiento empleado.
Por aquellos días, un departamento del Ministerio de Gobernación nos pidió que nombrásemos una comisión que integrase verdaderos técnicos en Química del Hormigón para realizar un estudio exhaustivo de esas manifestaciones y presentar un informe confidencial a las Autoridades.
Puesto que las formaciones pictóricas estaban trazadas sobre lechada de cemento, es obvio que la única autoridad capacitada para elevar un dictamen sobre los cambios moleculares que pueden tener lugar en una masa de hormigón, es un técnico en esta materia. Antes de polemizar acerca de si una imagen es o no teleplástica, había que preguntarse, ¿Qué pigmentos o qué estructura química poseen las áreas claras y oscuras que dan lugar a una imagen?
Consultamos previamente las pautas a seguir en nuestra investigación al organismo más calificado para opinar en materia de pigmentación y pintura: el Instituto de Conservación y restauración de Obras de Arte y Arqueología, correspondiente al Ministerio de Educación y Ciencia. Finalmente nuestra comisión quedó integrada por los señores don Tomás Torres Larumbe (Ingeniero de Caminos), Enrique Villagrasa (Ingeniero de Construcción), Román de Diego (Técnico en Química del Hormigón), Pedro Villaroig (Pintor), Antonio Sánchez Arjona (Psicólogo), doctor Juan Aguirre Ceberio (Médico) y Franco Muela Pedrara (Fotógrafo). Una empresa constructora: “Agroman” nos proporcionó todo tipo de asesoramientos referentes a la tecnología del hormigón.
El Gobernador Civil de Jaén, don José Ruiz de Quintana y Gordoa, que había recibido instrucciones del Ministerio nos facilitó la presentación a las autoridades del pueblo y el acceso a la vivienda de los Pereira. De ese modo pudimos hacer un examen de las dos figuras más importantes y recoger muestras de la superficie pictórica para analizarlas en Madrid.
Pero ocurrió algo que, desde el primer momento, influiría sobre nuestros criterios acerca de este suceso. Una autoridad local, sabiendo que estábamos comisionados por el Ministerio de Gobernación, y preocupado por la trascendencia que una versión deformada de los hechos pudiera tener en el futuro para el buen nombre de la población, nos hizo una confesión acerca del origen de aquellas pinturas y la implicación de un miembro de la familia de don Juan Pereira Sánchez en los hechos. Naturalmente, nos reservamos nuestra opinión sobre el relato. Era preciso contrastar, a la vista de los análisis espectrográficos y químico-isotópicos de las muestras, los resultados y examinar si éstos eran coherentes con la información confidencial que se nos había facilitado.
Y así fue en efecto: Lo que más llamaba la atención era la diferencia de tratamiento superficial de las dos imágenes. Mientras los rasgos faciales del “viejo” presentaban claros síntomas de haber sido pigmentados con una sustancia pardonegruzca y su realización pictórica presentaba típicos balbuceantes trazos de un artista novel, el rostro del infante aparecía perfilado por el grado de rugosidad en la misma superficie de la lechada de cemento. Un examen microscópico permitía definir las zonas oscuras como áreas de mínima rugosidad y por tanto muy reflectoras y brillantes debido a su aparente pulimentación, mientras que las zonas claras, presentaban un mayor nivel de abrasión, una mayor rugosidad.
En estas últimas condiciones, la difusión de los rayos luminosos se hace en todas direcciones y a los ojos de un observador parecen más claras o blanquecinas.
Un análisis espectográfico reveló para esta última “cara” la acción agresora de un compuesto químico de los que integran ciertos preparados que se expanden en las droguerías para limpiar las manchas de cemento.
Respecto al rostro del “Señor de la Vida” se pudo determinar que su ejecución se realizó pincelando con una mezcla de hollín y vinagre; disolvente este último de carácter casero que se utiliza para quitar las manchas de fulígine; esas sustancias grasas que con la adición de cenizas y alquitranes empañan los hogares de tantas cocinas de pueblo.
Pudimos determinar incluso, el calibre de las cerdas que formaban el pincel utilizado para repasar la pintura ¿Hemos de concluir que las llamadas “caras de Belmez” no fueron otra cosa que un hábil fraude, montado para engañar a los forasteros? Nos negamos en absoluto a formular una acusación semejante contra la honrada familia de María Gómez Cámara. Probablemente, según nuestras referencias, todo empezó como una simple broma entre vecinas. Cuando la prensa y televisión intervienen, la timidez y el temor de quedar en ridículo induce a los moradores de la vivienda a guardar silencio. Poco después el caso alcanza resonancia nacional e internacional y ya es tarde para rectificar. Si existe alguna impostura, no es imputable a estas buenas gentes, que en contra de lo que se dijo en aquellos días, jamás se enriquecieron a costa de las “caras” sino a una persona irresponsable y sensacionalista.
Evidentemente nuestra tesis entra en flagrante conflicto con la teoría de don Germán de Argumosa. Pensamos que este parapsicólogo operó con toda honestidad y pulcritud en su línea de análisis. Él se dejo sorprender por la aparentemente impecable prueba de la habitación precintada. Tal vez si hubiera consultado a un buen químico le hubiera objetado que existen técnicas para tratar una superficie de cemento de modo que una imagen latente se revele al cabo de varios días. En cuanto a las psicofonías, sin recurrir al argumento de que las obtenidas en la cocina pudieran explicarse a través de los mil rumores casi subsónicos que atraviesan las paredes de una habitación, no debe olvidarse que tales registros pueden conseguirse en lugares heterogéneos sin la presencia de imágenes parahilográficas.
Una vez que las pasiones suscitadas ante las dos hipótesis alternativas –la de Argumosa a favor de la paranormalidad, y la nuestra que identificaba la formación de los rostros con causas naturales- se han adormecido, podemos preguntarnos, ¿quién llevaba razón?
Pensamos que una afirmación dogmática a favor de una u otra teoría adolecerá de parcialidad. Restan aun muchos puntos oscuros por clarificar. ¿Quién de entre los miembros de la familia ejecutó unos dibujos cuyos estilos pictóricos eran tan dispares? ¿Quién asesoró al artista o artistas para que utilizaran sofisticadas técnicas químicas que permitiesen la fijación progresiva de una imagen en una habitación precintada? ¿Pudieron tales pigmentos y agresores químicos del hormigón, haber sido aportados hiloclásticamente como postula don Germán de Argumosa…?
Belmez, como antaño “el duende de Zaragoza” escuchó sus ecos en algunos sucesos de su tiempo que tuvieron características afines. En el pueblo sevillano de Lebrija, dos camas de la alcoba donde dormía una anciana sufrieron extraños trastornos, y una casa de la calle de Toledo en Madrid se vio perturbada por golpes misteriosos.

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