Traducción del artículo original de Michael Hudson en CounterPunch realizada por Germán Leyens para Rebelión.org
“Las acciones de los bancos comenzaron a caer el viernes por la mañana después que el senador Dodd, el demócrata de Connecticut presidente del comité de la banca, dijo en una entrevista con Bloomberg Television que estaba preocupado de que el gobierno pudiera terminar por nacionalizar a algunos prestamistas “por lo menos por un breve período.” Algunos otros destacados diseñadores de políticas – incluido Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, y el senador Lindsey Graham de Carolina del Sur – se han hecho eco recientemente de ese punto de vista.
--Eric Dash, “Growing Worry on Rescue Takes a Toll on Banks,” The New York Times, 20 de febrero de 2009
¿Cómo es posible que Alan Greenspan, el lobista de libre mercado para Wall Street, haya anunciado recientemente que favorece la nacionalización de los bancos de EE.UU. y por cierto sobre todo de los mayores y más poderosos? ¿Se ha vuelto rojo el antiguo discípulo de Ayn Rand? Seguro que no.
La respuesta es que la retórica de “libres mercados,” “nacionalización” e incluso “socialismo” (como en “socialización de las pérdidas”) ha sido convertida en el lenguaje del engaño para ayudar a que el sector financiero movilice el poder gubernamental para apoyar sus propios privilegios especiales. Después de haber debilitado la economía en general, los think tanks de relaciones públicas de Wall Street desmantelan ahora el lenguaje en sí.
¿Qué significa exactamente “libre mercado”? ¿Es lo que propugnaron los economistas clásicos – un mercado libre del poder monopolista, del fraude en los negocios, del abuso de información política confidencial y de privilegios para los intereses creados – un mercado protegido por el aumento de la regulación pública desde la ley Anti-Trust Sherman de 1890 a la Ley Glass-Steagall y otra legislación del Nuevo Trato? ¿O es un mercado libre para que depredadores exploten a sus víctimas sin regulación pública o policía económica – el tipo de mercado de todos contra todos que fue creado por la Reserva Federal y la SEC [Comisión de Valores y Bolsa de EE.UU.] durante algo como la última década? Parece increíble que la gente deba aceptar actualmente la idea neoliberal de “libertad de mercado” en el sentido de castrar a los controles gubernamentales, al estilo de Alan Greenspan, permitiendo que Angelo Mozilo en Countrywide, Hank Greenberg en AIG, Bernie Madoff, Citibank, Bear Stearns y Lehman Brothers saqueen sin obstáculos o sanciones, arrojen a la economía a la crisis y que luego se utilice dinero de rescate del Tesoro para pagar los mayores salarios y bonificaciones de la historia de EE.UU.
También se toman términos que son la antítesis de “libre mercado” para convertirlos en lo contrario de lo que han significado históricamente. Por ejemplo en las discusiones actuales sobre la nacionalización de los bancos. Durante más de un siglo nacionalización ha significado la adquisición pública de monopolios u otros sectores para operarlos en función del interés público en lugar de abandonarlos en manos de intereses especiales. Pero cuando los neoliberales utilizan la palabra “nacionalización” quieren decir un rescate, un regalo gubernamental a los intereses financieros.
El pensamiento doble y las ambigüedades respecto a la “nacionalización” o “socialización” de bancos y otros sectores son una travestía de la discusión política y económica desde el Siglo XVII hasta mediados del Siglo XX. La gramática básica del pensamiento de la sociedad, el vocabulario para discutir tópicos políticos y económicos está siendo dado vuelta por completo en un esfuerzo por evitar la discusión de las soluciones políticas planteadas por los economistas clásicos y los filósofos políticos que hicieron “occidental” a la civilización occidental.
El choque actual de las civilizaciones no es realmente con Oriente, es con nuestro propio pasado, con la propia Ilustración y su evolución hacia la economía política clásica y las reformas de la Era Progresista orientadas a liberar a la sociedad de los restos de las ataduras del feudalismo europeo. Lo que vemos ahora es propaganda orientada a engañar, a distraer la atención de la realidad económica a fin de promover la propiedad y los intereses financieros de cuyo control predatorio los economistas clásicos se propusieron liberar al mundo. Lo que se intenta es nada menos que destruir el edificio intelectual y moral desarrollado en ocho siglos por la civilización occidental, desde la discusión del precio justo por los escolásticos en el Siglo XII hasta la teoría clásica del valor económico de los Siglos XIX y XX.
Cualquier idea del “socialismo desde arriba”, en el sentido de “socializar el riesgo,” es oligarquía a la antigua – estatismo cleptocrático desde arriba. La nacionalización real ocurre cuando los gobiernos actúan en función del interés público para apropiarse de propiedad privada. El programa del Siglo XIX para nacionalizar la tierra (fue el punto principal del Manifiesto Comunista) no significó nada remotamente parecido a la apropiación por el gobierno de las propiedades, que pagara sus hipotecas con dineros públicos y que luego las devolviera a los antiguos terratenientes libres y limpias de gravámenes e impuestos. Significaba incorporar la tierra y sus ingresos de rentas al dominio público, y entregarlos en usufructo a un usuario por una participación del usuario que variaba del coste real de operación a una tasa subvencionada o incluso gratuitamente como en el caso de calles y caminos.
La nacionalización de los bancos siguiendo esas líneas significaría que el gobierno suministraría las necesidades crediticias de la nación. El Tesoro se convertiría en la fuente de nuevo dinero, reemplazando el crédito de los bancos comerciales. Presumiblemente ese crédito sería prestado para propósitos económica y socialmente productivos, no simplemente para inflar los precios de los activos mientras se abruma a hogares y negocios con deudas como ha ocurrido bajo las actuales políticas de préstamos bancarios.
Cómo los neoliberales falsifican la historia política de Occidente
El hecho de que los neoliberales de nuestros días afirmen que son descendientes intelectuales de Adam Smith requiere que se restaure una perspectiva histórica más exacta. Su concepto de “libres mercados” es la antítesis del de Smith. Es lo contrario del de economistas políticos clásicos desde John Stuart Mill, Karl Marx hasta las reformas de la Era Progresista que buscaron crear mercados libres de demandas rentistas extractivas por parte de intereses especiales cuyo poder institucional se remonta a la Europa medieval y su era de conquista militar.
Escritores económicos desde el Siglo XVI hasta el Siglo XX reconocieron que los libres mercados necesitan supervisión gubernamental para impedir fijación de precios por monopolios y otras cargas gravadas por privilegio especial. Al contrario, los ideólogos neoliberales de la actualidad son intercesores de relaciones públicas para intereses creados a fin de presentar a un “libre mercado” libre de regulación gubernamental, “libre” de protección anti-trust, e incluso de protección contra el fraude, como lo evidencia la negativa de la SEC de actuar contra Madoff, Enron, Citibank et al.). El ideal neoliberal de libres mercados es por lo tanto básicamente el de un ladrón de bancos o desfalcador, que desea un mundo sin policía a fin de estar suficientemente libre para apoderarse sin limitaciones del dinero de otros.
Los Chicago Boys en Chile comprendieron que los mercados libres para las finanzas depredadoras y la privatización basada en información confidencial sólo pueden ser impuestos por la fuerza de las armas. Esos libre-mercaderes clausuraron todos los departamentos de economía en Chile, todos los departamentos de ciencias sociales fuera del de la Universidad Católica donde predominaban los Chicago Boys. La Operación Cóndor arrestó, exilió o asesinó a decenas de miles de académicos, intelectuales, dirigentes sindicales y artistas. Sólo mediante el control totalitario sobre los planes de estudios académicos y los medios públicos de información respaldado por una activa policía política y el ejército pudo imponer “libres mercados” al estilo neoliberal. La resultante privatización a punta de pistola se convirtió en un ejercicio en lo que Marx llamó “acumulación primitiva” – La incautación del dominio público por elites políticas respaldadas por la fuerza. Es un libre mercado al estilo de Guillermo el Conquistador o del estilo cleptócrata de Yeltsin, con una repartija de la propiedad a los compinches del líder político o militar.
Todo esto era todo lo contrario del tipo de libres mercados en los que pensaba Adam Smith cuando advirtió que los hombres raramente se juntan si no es para urdir modos de amañar los mercados para su ventaja. No es un problema que haya molestado al señor Greenspan o a los escritores editoriales del New York Times y del Washington Post. No existe realmente ningún parentesco entre sus ideales neoliberales y los de los filósofos políticos de la Ilustración. El que ellos promuevan una idea de libres mercados “libres” para que las personas poseedoras de información confidencial se repartan el dominio público entre ellas es como bajar un Telón de Acero intelectual sobre la historia del pensamiento económico.
Los economistas clásicos y los Progresistas Estadounidenses imaginaban mercados libres de renta económica e intereses – libres de gastos indirectos de rentistas y de especulación de precios, libres de rentas por la tierra, de intereses pagados a banqueros y acaudaladas instituciones financieras, y libres de impuestos para sostener a una oligarquía. Los gobiernos debían basar sus sistemas de impuestos en cobrar el “almuerzo gratuito” de la renta económica, encabezado por el de emplazamientos favorables suministrados por la naturaleza y que obtienen un valor de mercado gracias a la inversión pública en transporte y otra infraestructura, no por los esfuerzos de sus propios dueños.
Por lo tanto, la discusión entre reformistas de la Era Progresista, socialistas, anarquistas e individualistas se orientó hacia la estrategia política de cómo liberar mejor a los mercados de la deuda y de la renta. En lo que diferían era en el mejor medio político para lograrlo, sobre todo el papel del Estado. Existía un amplio acuerdo en que el Estado era controlado por intereses creados heredados de las conquistas militares de la Europa feudal y del mundo colonizado por la fuerza militar europea. La cuestión política al comenzar el Siglo XX era si la reforma democrática pacífica podía superar la resistencia política e incluso militar opuesta por el Antiguo Régimen, utilizando la violencia para retener sus “derechos.” Las revoluciones políticas resultantes se basaron en la Ilustración en la filosofía legal de hombres como John Locke, economistas políticos como Adam Smith, John Stuart Mill y Marx.
El poder debía ser utilizado para liberar los mercados de la propiedad depredadora y de los sistemas financieros heredados del feudalismo. Los mercados debían ser liberados de privilegios y de ventajas gratuitas, para que la gente pudiera obtener ingresos y riqueza sólo a través de su propio trabajo e iniciativa. Esa era la esencia de la teoría del valor del trabajo y su complemento, el concepto de la renta económica como exceso del precio de mercado sobre el coste-valor social necesario.
Aunque ahora sabemos que mercados y precios, renta e interés, formalidades contractuales y casi todos los elementos de la empresa económica se originaron en las “economías mixtas” de Mesopotamia en el cuarto milenio a.de C. y continuaron a través de todas las economías mixtas público/privadas de la antigüedad clásica, la discusión fue tan polarizada políticamente que hace un siglo la idea de una economía mixta con limitaciones y chequeos recibió poca atención.
Los individualistas creían que todo ese debilitamiento de los gobiernos centrales reduciría el mecanismo de control mediante el cual los intereses creados extraían riqueza sin trabajo o iniciativa propia. Los socialistas veían que se necesitaba un gobierno fuerte para proteger a la sociedad contra los intentos de la propiedad y las finanzas de utilizar sus ventajas para monopolizar el poder económico y político. Ambos extremos del espectro político apuntaban al mismo objetivo – reducir los precios a los costes reales de producción. El objetivo común era aumentar al máximo la eficiencia económica para traspasar los frutos de las Revoluciones Industrial y Agrícola a la población en general. Eso requería que se bloqueara el intento de la clase rentista de entrometidos de apoderarse del dominio público y de controlar la distribución de recursos. Los socialistas no creían que podría ser hecho sin tomar en sus manos el poder político y legal del Estado. Los marxistas creían que era necesaria una revolución para recuperar la renta de la propiedad al dominio público, y para capacitar a los gobiernos para que generen su propio crédito en lugar de pedirlo prestado con intereses a banqueros comerciales y acaudalados dueños de bonos. El objetivo no era crear una burocracia sino liberar a la sociedad del poder superviviente de propiedad absentista de la posesión protegida y de los intereses financieros.
Toda esta historia de pensamiento económico ha sido tan exhaustivamente expurgada del actual currículo académico como de la discusión popular. Poca gente recuerda el gran debate de comienzos del Siglo XX: ¿Progresaría el mundo de un modo bastante rápido de las reformas de la Era Progresista al socialismo propiamente tal – propiedad pública de la infraestructura económica básica, monopolios naturales (incluyendo el sistema bancario) y la propia tierra (y para los marxistas, también el capital industrial)? O, ¿podrían los reformistas liberales de la época – individualistas, partidarios de los impuestos sobre la tierra, economistas clásicos en la tradición de Mill, e institucionalistas estadounidenses como Simon Patten – retener la estructura básica del capitalismo y de la propiedad privada? Si podían hacerlo, reconocían que tendría que ser en el contexto de la regulación de mercados y de la introducción de imposición progresiva de riqueza e ingresos. Era la alternativa a la propiedad directa por el “Estado”. La idea extrema de “libre mercado” actual es una caricatura a bajo nivel intelectual de esa posición.
Todas las partes veían al gobierno como “cerebro” de la sociedad, su órgano de planificación avanzada. En vista de la complejidad de la tecnología moderna, la humanidad conformaría su propia evolución. En lugar de que la evolución ocurriera por “acumulación primitiva”, podría ser planificada deliberadamente. Los individualistas argumentaban en contra diciendo que ningún planificador humano era suficientemente imaginativo para administrar la complejidad de los mercados, pero apoyaban la necesidad de eliminar todas las formas de ingreso no devengado – la renta económica y el aumento en los precios de la tierra que Mill llamaba “incremento no ganado.” Eso involucraba la regulación gubernamental para conformar los mercados. Un “libre mercado” era una creación política activa y requería vigilancia reguladora.
Como intercesores de relaciones públicas para los intereses creados y privilegios especiales de rentistas, los actuales propugnadores “neoliberales” de los mercados “libres” quieren potenciar la renta económica – el obsequio gratuito del precio en exceso del coste-valor, la no liberación de los mercados de los costes de rentistas. Una genealogía tan engañosa sólo podía ser lograda mediante la supresión directa del conocimiento de lo que escribieron realmente Locke, Smith y Mill. Intentos de regular “libres mercados” y de limitar la fijación de precios y los privilegios de los monopolios son refundidos con “socialismo,” incluso con burocracia al estilo soviético. El objetivo es impedir el análisis de lo que es realmente un “libre mercado”: un mercado libre de costes innecesarios: rentas de los monopolios, rentas de la propiedad y gastos financieros por crédito que los gobiernos pueden crear libremente.
La reforma política para alinear los precios de mercado con el coste-valor social necesario fue el gran tema económico del Siglo XIX. La teoría del valor-trabajo del coste-valor intrínseco encontró su contraparte en la teoría de la renta económica: renta de la tierra, especulación monopolística de los precios, intereses y otros ingresos de privilegios especiales que aumentaban los precios del mercado sólo por demandas de propiedad institucional. La discusión data desde los eclesiásticos medievales que definían el justo precio. La doctrina fue originalmente aplicada a los honorarios apropiados que podían cobrar los banqueros, y más tarde fue ampliada a la renta de las tierras, luego a los monopolios creados por los gobiernos y vendidos a acreedores en un intento por escapar de las deudas.
Los reformistas y socialistas más radicales trataron por igual de liberar al capitalismo de sus desigualdades más eminentes, sobre todo de su legado de conquista militar de la Edad Oscura de Europa cuando señores de la guerra invasores se apoderaban de tierras e imponían una clase absentista de terratenientes para que recibiera los ingresos de su renta, que eran utilizados para financiar guerras para adquirir más tierras. Al final se derrumbaron las esperanzas de que el capitalismo industrial pudiera reformarse siguiendo líneas progresistas para depurarse de su legado del feudalismo. La Primera Guerra Mundial cayó como un cometa sobre la economía global, impulsándola a una nueva trayectoria y catalizando su evolución hacia una forma no prevista de capitalismo financiero.
No fue prevista en gran parte porque la mayoría de los reformadores invirtieron tanto esfuerzo en la propugnación de políticas progresistas que descuidaron lo que Thorstein Veblen llamó los intereses creados. Su Contra-Ilustración está creando un mundo que hace un siglo habría parecido una distopía – algo tan pesimista que ningún futurólogo se atrevía a esbozar un mundo dirigido por banqueros venales y corruptos, protege como clientes primordiales a los monopolios, a especuladores inmobiliarios y a hedge funds cuya renta económica, sus juegos financieros e inflación del precio de los activos se convirtieron en un flujo de interés en la economía rentista actual. En lugar de que el capitalismo industrial aumente la formación de capital, vemos que el capitalismo financiero arrasa con el capital; en lugar del prometido mundo de ocio nos lleva a la esclavitud deudora.
La travestía financiera de la democracia
El sector financiero ha redefinido la democracia con afirmaciones de que la Reserva Federal debe ser “independiente” de representantes democráticamente elegidos, a fin de actuar como el lobista de la banca en Washington. Esto exime al sector financiero del proceso político democrático, a pesar de que la planificación económica actual está ahora centralizada en el sistema bancario. El resultado es un régimen de manejos entre poseedores de información privilegiada y la oligarquía – el gobierno de los pocos ricos.
La falacia económica en acción es que el crédito bancario sea un verdadero factor de producción, una fuente casi fisiocrática de fertilidad sin la cual no puede haber crecimiento. La realidad es que el derecho monopolístico de crear crédito bancario productor de intereses es una transferencia libre de la sociedad a una elite privilegiada. La moral es que cuando vemos un “factor de producción” que no tiene un verdadero coste de trabajo de producción, se trata simplemente de un privilegio institucional.
Y esto nos lleva al más reciente debate sobre la “nacionalización” o “socialización” de los bancos. El Programa de Ayuda a Activos en Problemas (TARP, por sus siglas en inglés), ha sido utilizado hasta ahora para los siguientes fines que creo deben ser considerados como verdaderamente anti-sociales, no de alguna manera “socialistas”.
A fines del año pasado, 20.000 millones de dólares fueron usados para pagar bonificaciones y salarios a malos administradores financieros, a pesar de la caída de sus bancos en un valor líquido negativo. Y para proteger sus intereses, esos bancos siguieron pagando gastos de cabildeo para persuadir a los legisladores para que les den aún más privilegios especiales.
Aunque Citibank y otras grandes instituciones amenazaron con provocar la caída del sistema financiero por ser “demasiado grandes para quebrar,” más de 100.000 millones de fondos del TARP fueron utilizados para aumentar aún más su tamaño. Bancos que ya tambaleaban compraron filiales que habían crecido haciendo préstamos irresponsables y rotundamente fraudulentos. Bank of America compró Countrywide Financial de Angelo Mozilo y Merrill Lynch, mientras JP Morgan Chase compró Bear Stearns y otros grandes bancos compraron WaMu y Wachovia.
La política actual es “rescatar” a esos gigantescos conglomerados bancarios posibilitando que se “ganen” su camino para salir de la deuda – vendiendo aún más deuda a la economía ya sobre-endeudada de EE.UU. La esperanza es reinflar los bienes raíces y otros precios de activos. ¿Pero queremos realmente permitir que los bancos “paguen a los contribuyentes” involucrándose en prácticas financieras aún más depredadoras frente a la economía en general? Esto amenaza con maximizar el margen del precio de mercado por sobre los costes directos de producción, incorporando gastos financieros aún mayores. Es exactamente la política contraria al intento de ajustar los precios para la vivienda y la infraestructura a costes tecnológicamente necesarios. Ciertamente no es una política para lograr que la economía de EE.UU. sea más competitiva globalmente.
El plan del Tesoro de “socializar” los bancos, las compañías de seguros y otras instituciones financieras es simplemente involucrarse y sacar los préstamos malos de sus libros, pasando la pérdida al sector público. Es la antítesis de la verdadera nacionalización o “socialización” del sistema financiero. Los bancos y las compañías de seguros superaron rápidamente su primer temor reflexivo de que un rescate gubernamental ocurriría sobre la base de condiciones que eliminarían su mala gestión, y a los accionistas y dueños de bonos que respaldaron esa mala gestión. El Tesoro ha asegurado a esos malos administradores que el “socialismo” es para ellos un regalo gratuito. La primacía de las finanzas sobre el resto de la economía será reafirmada, dejando en su lugar a la dirección y dando a los accionistas una oportunidad de recuperarse ganando más de la economía en general, con aún más favoritismo tributario. (Esto significa que impuestos aún pesados serán transferidos a los consumidores, aumentando correspondientemente sus costes de la vida.)
La mayor parte de la riqueza bajo el capitalismo – como bajo el feudalismo – siempre ha provenido primordialmente del dominio público, comenzando por la tierra y antiguamente los servicios públicos, lo que ha sido coronado recientemente por el poder de crear deuda del Tesoro. En efecto, el Tesoro crea un nuevo activo (11 billones de dólares de nuevos bonos y garantías del Tesoro, es decir los 5,2 billones de dólares para Fannie y Freddie). Los intereses sobre esos bonos serán pagados mediante nuevos impuestos al trabajo, no a la propiedad. Es lo que se supone que vaya a reinflar la vivienda, los precios de acciones y bonos – el dinero liberado de los impuestos a la propiedad y a las corporaciones estará disponible para ser capitalizado en nuevos préstamos adicionales.
Por lo tanto la renta pagada hasta ahora como impuestos comerciales seguirá siendo pagada – en la forma de intereses – mientras los antiguos impuestos seguirán siendo cobrados, pero a los trabajadores. La carga fiscal-económica será por lo tanto duplicada. No es un programa que haga que la economía sea más competitiva o que aumenten los niveles de vida de la mayoría. Es un programa para polarizar la economía de EE.UU. aún más por arriba entre las finanzas, los seguros y los bienes inmobiliarios (FIRE) y por abajo en los trabajadores.
Los rechazos neoliberales de la regulación pública y de la tributación por significar “socialismo” representan en realidad un ataque contra la economía política clásica – el liberalismo “original” cuyo ideal era liberar a la sociedad del legado parasítico del feudalismo. Una política del Tesoro genuinamente socializada sería que los bancos prestaran para fines productivos que contribuyan a un crecimiento económico real, no sólo para aumentar los gastos generales e inflar los precios de los activos lo suficiente como para extraer cobros por intereses. La política fiscal apuntaría a minimizar en lugar de maximizar el precio de la propiedad de casas y de hacer negocios, basando el sistema impositivo en el cobro de la renta que ahora es pagada como interés. El traspaso de la carga tributaria de los salarios y los beneficios a la renta y los intereses fue el núcleo de la economía política clásica en los siglos XVIII y XIX, así como en la Era Progresista y los movimientos de reforma socialdemócrata en EE.UU. y Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero esa doctrina y su programa de reforma han sido enterrados por la cortina de humo retórica organizada por lobistas financieros que tratan de enturbiar las aguas ideológicas lo suficiente como para acallar la oposición popular a la actual toma del poder por el capital financiero y el capital monopolista. Su alternativa a la auténtica nacionalización y socialización de las finanzas es la esclavitud por deuda, la oligarquía y el neo-feudalismo. Y a ese programa lo llaman “libres mercados.”