Carlos Carnicero: La nariz de Acebes
Carlos Carnicero es uno de los periodistas que, a mi juicio, más se expone en sus opiniones no atándose a ningún centro de poder. Esta columna, aparecida en El Periódico me parece indispensable para entender, un poco más, el resultado electoral del 14-M que, no por inesperado, resulta lógico y coherente con lo acaecido en este país en los últimos años:
La nariz de Acebes
El objetivo del Gobierno era que la mentira de la autoría de ETA no estallara antes de ir a las urnas
CARLOS Carnicero
Periodista
Ayer, quienes de verdad hicieron caja fueron las compañías operadoras de teléfonos móviles. Hubo mucho negocio en el aire. Los SMS, que es el nombre técnico de los mensajes telefónicos escritos, cruzaron el espacio durante toda la tarde, transportando la indignación de miles de ciudadanos que se sentían manipulados, impotentes y con un vértigo insoportable hacia una jornada electoral condicionada por la mentira y la manipulación. Internet hervía de deseos de encontrar una noticia que cimentara la esperanza.
Los partidos estaban presos, secuestrados por el día de reflexión. Mientras tanto, la nariz del ministro de Interior, Ángel Acebes, adquiría cada minuto nuevas dimensiones imposibles de disimular. Se producía una carrera contra el tiempo para que el día de reflexión siguiera siendo una jornada de secuestro de la información.
El objetivo del Gobierno era que la confusión y la mentira, construidas sobre la autoría de ETA de la masacre de Madrid, no explotara antes de que los ciudadanos acudieran a las urnas. Era una de esas ocasiones que se presenta en vida en las que la distancia entre la desolación y la victoria está sintetizada en una pequeña gran noticia: los autores de la barbarie no eran vascos, sino fundamentalistas islámicos. El atentado de Madrid ya no constituía una página, sangrienta y dolorosa pero presente, de la memoria de Josep Lluís Carod-Rovira como el demonio de esta trágica campaña electoral.
Pero había --y hay todavía-- demasiadas preguntas sin resolver como para que la presión social no terminara haciendo saltar la tapa de la información decomisada.
Todo empezó el mismo 11-M con una apresurada comparecencia del ministro de Interior adjudicando a ETA la autoría de la mayor masacre de la historia terrorista de España. La fruición del ministro contrastaba con la ausencia de referencias concretas a ETA en la comparecencia de José María Aznar. El aire se empezaba a impregnar del dramático entusiasmo que dan las estrategias confirmadas. ETA, que se había constituido en el pilar de la campaña del PP, confirmaba con toda su brutalidad la necesidad de un Gobierno fuerte frente a los enemigos de la unidad de España. El PP no fue capaz de renunciar a un bocado tan exquisito para una campaña electoral interrumpida por las bombas. Esa hipótesis no se desprende de la biografía de Aznar.
Mientras tanto el PSOE se conformaba con ser prisionero de su sentido de la responsabilidad. Ni un solo interrogante sobre las medidas de seguridad en las estaciones de ferrocarriles, en unas vísperas electorales plagadas de amenazas terroristas. Ni una sola reclamación contundente sobre la ausencia de una reunión del Pacto Antiterrorista. Ni un mal gesto sobre el control de los medios de comunicación públicos. Ni una reclamación sobre la ocupación de planos televisivos de todos los miembros del Gobierno. Hasta el ministro Acebes ocupó plaza en la pancarta de la manifestación de Madrid, en vez de estar atendiendo a la seguridad de los españoles desde su despacho del paseo de la Castellana. Lo primero, la foto.
Pero las preguntas seguían reclamando ayer una respuesta que se hacía inaplazable.
Primera: ¿por qué tanto entusiasmo en que ETA fuera la responsable de la carnicería? Frente a tantos indicios excluyentes, la investigación sobre ETA seguía siendo la prioridad del Gobierno mientras Alfredo Urdaci secuestraba cualquier pregunta en los telediarios.
Segunda: ¿qué sentido tenía la instrucción urgente, confidencial y reservada de la ministra de Exteriores a todos los embajadores de España para que desplegaran la máxima actividad diplomática en divulgar la autoría de ETA ante los gobiernos de todo el mundo? ¿Los embajadores de España se acomodaron al ridículo que les exigía su ministra con total mansedumbre?
Tercera: ¿no había, en 36 horas, ningún traductor de árabe a disposición del ministro Acebes para dar cuenta del contenido de la cinta encontrada por la policía junto a detonadores idénticos a los utilizados en las bombas?
Cuarta: ¿a nadie le interesaba la información que pudiera tener Interior sobre el número de personas que debieron participar en la colocación de más de una docena de bombas en cuatro trenes distintos?
Las noticias sobre el malestar de muchos sectores de la Guardia Civil y del Cuerpo Superior de Policía sólo se contenían con amenazas de expedientes dictadas desde un Ministerio de Interior al que la información se le escapaba de entre las manos. Los grandes medios internacionales (CNN, BBC, New York Times, Blomberg...) a mediodía de ayer empezaban a denunciar las manipulaciones del Gobierno y nos remitían a los ciudadanos a la nostalgia de cuando Radio París era la única forma de confirmar nuestras sospechas. Es tal el control de la información y el chantaje promovido por el terrorismo que las fuentes de información externas se constituían en el refugio de los incrédulos ante tal espectáculo de desinformación.
Nadie podrá decir nunca que ha habido un ápice de irresponsabilidad en el comportamiento del principal partido de oposición ni en los grandes medios de comunicación españoles. Si el terrorismo es el arte de secuestrar nuestra libertad, supeditando nuestros derechos al ejercicio de una prudente responsabilidad, el 13 de marzo pasará a la historia como el día en que los españoles alcanzamos la maestría.
Es imposible de prever la repercusión electoral de tantas emociones contenidas. Ahora mismo, los ciudadanos votan ya con los tímpanos vibrando por las explosiones de Madrid, por los gritos y los silencios de las impresionantes manifestaciones del viernes y por la interpretación que cada uno quiera hacer de las distintas comparecencias del ministro Acebes, a medida que su nariz iba mudando de tamaño.
Esta noche ganará quien gane. Pero ni siquiera eso es ya lo más importante. Quizá hayamos logrado entre todos recuperar nuestra condición de ciudadanos y que el Gobierno que se forme y la oposición que se constituya no tengan más remedio que investigar a fondo las 72 horas que separaron las explosiones de Madrid de la apertura de los colegios electorales. Habrá que averiguar todo lo que ocurrió en los despachos de un Gobierno que se entusiasmó con la idea de que ETA fuera todavía más criminal de lo que todos sabemos e intentó, con todas sus fuerzas, que la pista islámica quedara secuestrada para el día siguiente. Una manipulación tan grande de los nobles sentimientos del pueblo español merece el reconocimiento de una indignidad que no debiera tener fecha de caducidad en la memoria de los ciudadanos.
La nariz de Acebes
El objetivo del Gobierno era que la mentira de la autoría de ETA no estallara antes de ir a las urnas
CARLOS Carnicero
Periodista
Ayer, quienes de verdad hicieron caja fueron las compañías operadoras de teléfonos móviles. Hubo mucho negocio en el aire. Los SMS, que es el nombre técnico de los mensajes telefónicos escritos, cruzaron el espacio durante toda la tarde, transportando la indignación de miles de ciudadanos que se sentían manipulados, impotentes y con un vértigo insoportable hacia una jornada electoral condicionada por la mentira y la manipulación. Internet hervía de deseos de encontrar una noticia que cimentara la esperanza.
Los partidos estaban presos, secuestrados por el día de reflexión. Mientras tanto, la nariz del ministro de Interior, Ángel Acebes, adquiría cada minuto nuevas dimensiones imposibles de disimular. Se producía una carrera contra el tiempo para que el día de reflexión siguiera siendo una jornada de secuestro de la información.
El objetivo del Gobierno era que la confusión y la mentira, construidas sobre la autoría de ETA de la masacre de Madrid, no explotara antes de que los ciudadanos acudieran a las urnas. Era una de esas ocasiones que se presenta en vida en las que la distancia entre la desolación y la victoria está sintetizada en una pequeña gran noticia: los autores de la barbarie no eran vascos, sino fundamentalistas islámicos. El atentado de Madrid ya no constituía una página, sangrienta y dolorosa pero presente, de la memoria de Josep Lluís Carod-Rovira como el demonio de esta trágica campaña electoral.
Pero había --y hay todavía-- demasiadas preguntas sin resolver como para que la presión social no terminara haciendo saltar la tapa de la información decomisada.
Todo empezó el mismo 11-M con una apresurada comparecencia del ministro de Interior adjudicando a ETA la autoría de la mayor masacre de la historia terrorista de España. La fruición del ministro contrastaba con la ausencia de referencias concretas a ETA en la comparecencia de José María Aznar. El aire se empezaba a impregnar del dramático entusiasmo que dan las estrategias confirmadas. ETA, que se había constituido en el pilar de la campaña del PP, confirmaba con toda su brutalidad la necesidad de un Gobierno fuerte frente a los enemigos de la unidad de España. El PP no fue capaz de renunciar a un bocado tan exquisito para una campaña electoral interrumpida por las bombas. Esa hipótesis no se desprende de la biografía de Aznar.
Mientras tanto el PSOE se conformaba con ser prisionero de su sentido de la responsabilidad. Ni un solo interrogante sobre las medidas de seguridad en las estaciones de ferrocarriles, en unas vísperas electorales plagadas de amenazas terroristas. Ni una sola reclamación contundente sobre la ausencia de una reunión del Pacto Antiterrorista. Ni un mal gesto sobre el control de los medios de comunicación públicos. Ni una reclamación sobre la ocupación de planos televisivos de todos los miembros del Gobierno. Hasta el ministro Acebes ocupó plaza en la pancarta de la manifestación de Madrid, en vez de estar atendiendo a la seguridad de los españoles desde su despacho del paseo de la Castellana. Lo primero, la foto.
Pero las preguntas seguían reclamando ayer una respuesta que se hacía inaplazable.
Primera: ¿por qué tanto entusiasmo en que ETA fuera la responsable de la carnicería? Frente a tantos indicios excluyentes, la investigación sobre ETA seguía siendo la prioridad del Gobierno mientras Alfredo Urdaci secuestraba cualquier pregunta en los telediarios.
Segunda: ¿qué sentido tenía la instrucción urgente, confidencial y reservada de la ministra de Exteriores a todos los embajadores de España para que desplegaran la máxima actividad diplomática en divulgar la autoría de ETA ante los gobiernos de todo el mundo? ¿Los embajadores de España se acomodaron al ridículo que les exigía su ministra con total mansedumbre?
Tercera: ¿no había, en 36 horas, ningún traductor de árabe a disposición del ministro Acebes para dar cuenta del contenido de la cinta encontrada por la policía junto a detonadores idénticos a los utilizados en las bombas?
Cuarta: ¿a nadie le interesaba la información que pudiera tener Interior sobre el número de personas que debieron participar en la colocación de más de una docena de bombas en cuatro trenes distintos?
Las noticias sobre el malestar de muchos sectores de la Guardia Civil y del Cuerpo Superior de Policía sólo se contenían con amenazas de expedientes dictadas desde un Ministerio de Interior al que la información se le escapaba de entre las manos. Los grandes medios internacionales (CNN, BBC, New York Times, Blomberg...) a mediodía de ayer empezaban a denunciar las manipulaciones del Gobierno y nos remitían a los ciudadanos a la nostalgia de cuando Radio París era la única forma de confirmar nuestras sospechas. Es tal el control de la información y el chantaje promovido por el terrorismo que las fuentes de información externas se constituían en el refugio de los incrédulos ante tal espectáculo de desinformación.
Nadie podrá decir nunca que ha habido un ápice de irresponsabilidad en el comportamiento del principal partido de oposición ni en los grandes medios de comunicación españoles. Si el terrorismo es el arte de secuestrar nuestra libertad, supeditando nuestros derechos al ejercicio de una prudente responsabilidad, el 13 de marzo pasará a la historia como el día en que los españoles alcanzamos la maestría.
Es imposible de prever la repercusión electoral de tantas emociones contenidas. Ahora mismo, los ciudadanos votan ya con los tímpanos vibrando por las explosiones de Madrid, por los gritos y los silencios de las impresionantes manifestaciones del viernes y por la interpretación que cada uno quiera hacer de las distintas comparecencias del ministro Acebes, a medida que su nariz iba mudando de tamaño.
Esta noche ganará quien gane. Pero ni siquiera eso es ya lo más importante. Quizá hayamos logrado entre todos recuperar nuestra condición de ciudadanos y que el Gobierno que se forme y la oposición que se constituya no tengan más remedio que investigar a fondo las 72 horas que separaron las explosiones de Madrid de la apertura de los colegios electorales. Habrá que averiguar todo lo que ocurrió en los despachos de un Gobierno que se entusiasmó con la idea de que ETA fuera todavía más criminal de lo que todos sabemos e intentó, con todas sus fuerzas, que la pista islámica quedara secuestrada para el día siguiente. Una manipulación tan grande de los nobles sentimientos del pueblo español merece el reconocimiento de una indignidad que no debiera tener fecha de caducidad en la memoria de los ciudadanos.
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